Querida comunidad de la Escuela Judicial, queridos compañeros docentes de la Facultad de Derecho, alumnos, empleados no docentes, magistrados de la provincia, comunidad jurídica de Tucumán.
Me siento obligada a escribir estas palabras como personal testimonio y despedida al gran colega que esta mañana nos ha dejado, Jesús Abel Lafuente.
Nuestro querido Jimmy, desde muy temprano en la vida, tuvo que aprender a convivir con la adversidad inesperada: una diabetes juvenil. Esta fue su primera gran batalla. Lo recuerdo como un joven con el que nos reuníamos a preparar actividades de la Catedra de Obligaciones que integrábamos, que venía con una bolsita de facturas para combatir las bajas de azúcar, pero que eran un gesto de delicadeza. Valiente, guerrero silencioso, Jimmy demostró desde temprano que las circunstancias, por adversas y desafiantes que sean, no deben definirnos (nunca fue el muchacho enfermo) sino hacernos más fuertes. Se sobrepuso a esa sorpresa con su pacífica determinación y tan sólo siguió adelante.
Pero no fue solo en esa época en que mostró su fuerza y su espíritu. Más adelante, la vida personal también lo enfrentó a pruebas que sorteó como un soldado que permanece en estado de alerta en la guerra, con la lucidez y la determinación del amor, el deseo y el sentido de responsabilidad. Educó a sus hijos con amor y dedicación, inculcándoles los valores que él mismo personificaba: el respeto por el otro, la responsabilidad, la amabilidad, la bohonomia, el amor familiar, el compromiso social y democrático. Me habló de ellos con el sentimiento estremecido con que se habla de los hijos pequeños, hasta hace diez días. Compartíamos esa debilidad. Lloramos y reímos con sus realidades, sus dolores, sus alegrías y sus anécdotas.
Incluso después de la dolorosa pérdida de uno de sus hijos, su espíritu (destruido por dentro, me decía que rezaba todas las noches para que nadie tuviera que vivir algo así, ni su peor enemigo, porque ningún ser humano debería pasar por ese infierno) Jimmy no se quebrantó. Siguió dando lo mejor de sí mismo aportando su conocimiento a la innovación del proceso y del Derecho civil en su práctica cotidiana y en la creación de dispositivos normativos en pos del efectivo acceso a la justicia.
Completaba su misión a través de la difusión y capacitación de sus ideas. Jamás una reticencia o una demora ante un pedido de colaboración, Jimmy fue un gran pilar para la Escuela Judicial y estábamos preparando las líneas principales del Entrenamiento Civil. También compartíamos en los últimos tiempos, ideas innovadoras para dictar la materia Derecho de Daños en la Facultad, invitación que me decía que le devolvía ganas de vivir porque significaba enseñar en la práctica su quehacer cotidiano. Nos quedábamos en Truman hasta tarde hablando con entusiasmo y alegría de nuestros proyectos festejando la posibilidad de un nuevo encuentro de trabajo. Su manera de ver la educación jurídica iluminaba mis ideas.
Jimmy fue un hombre sobrio y sutil, no afecto a generar grandes olas, ni a la búsqueda del reconocimiento prematuro ni del aplauso fácil. Pero estaba en un momento en que le había llegado el reconocimiento como algo natural, como un caudal de agua que empezó a correr por el cauce que un hilo persistente de agua de lluvia fue creando en la roca de la que estaba hecho
No encuentro forma para cerrar estas palabras que no sean simplemente dar gracias por haberte conocido, por nuestro reencuentro reciente Jimmyto, por las ideas que me diste, por las charlas, el llanto y la risa.
El Entrenamiento Civil de la Escuela Judicial tendrá en cuenta las líneas que trazamos, la Catedra de Daños las ideas que nos diste. No tengo que decirte cuánto te vamos a extrañar, como ya te estoy extrañando…
Intentaremos honrarte, buen caballero de la vida y del Derecho, gran señor de la enseñanza y la justicia.
Te despido con amor.
Adela Segui